martes, 3 de diciembre de 2013

Anectotas acerca de las Drogas

En la sala de emergencias de un hospital, un médico se inclina sobre un niño inconsciente, cuya respiración es rápida y superficial, si bien su pulso es violento. Sus padres sólo saben que se tragó "unas píldoras". Se le hace un lavado de estómago y se ordena una prueba sanguínea, que confirma lo que se sospechaba: que sufre salicilismo agudo, debido a que tomó aspirinas, una de las drogas más útiles de la Ciencia, que es también una de las principales causas del envenenamiento en los niños.
                En la espesura de la selva amazónica, un cazador jíbaro carga en silencio su cerbatana con un dardo cuya afilada punta está cubierta con una resina pardusca. Apunta el largo tubo de 5 metros a un mono que se encuentra a 10 metros: con un leve soplido envía su pequeño proyectil. El mono salta al recibir el dardo, parlotea un momento, se tambalea y cae. En menos de 5 minutos deja de respirar. La resina pardusca que mató al mono es el curare, una de las sustancias naturales más tóxicas; purificada es un valioso auxiliar de la cirugía: inyectando en dosis minúsculas, relaja los músculos del abdomen para que el cirujano pueda operar sin miedo de espasmos musculares.
                Estas dos anécdotas resumen lo que probablemente es el hecho más fundamental sobre las drogas: todas las drogas son venenos y todos los venenos son drogas. Por ello no es de extrañar que la palabra pharmakon, de la que se derivan palabras como "farmacia", "farmacopea", etc. significara originalmente tanto una bebida curativa como una mortal.
                En general, una droga es toda sustancia que pueda producir una alteración en la función o la estructura del tejido vivo. (Una bala que se incrusta en el cuerpo altera, incuestionablemente, su funcionamiento, pero su efecto es mecánico más que químico, por lo cual no puede clasificarse como una droga.) La palabra "drogas" implica sustancias medicinales, o sea aquellas que, administradas en dosis reguladas, producen cambios deseables en el cuerpo humano, contraatacando la enfermedad o aliviando el dolor. Gracias a algunos medicamentos, casi se han desterrado ciertas enfermedades y se han aliviado los efectos de otras. Se puede acelerar un corazón o frenar uno acelerado, subir o bajar la tensión sanguínea, regulas la secreción de los riñones y, en general, realizar docenas de tareas benéficas.
                Las drogas pueden alterar el funcionamiento del sistema nervioso: los anestésicos borran el dolor del bisturí del cirujano; los tranquilizantes calman las angustias de los neuróticos y psicóticos, aunque su acción no siempre es benéfica. El alcohol induce a la euforia y también al atontamiento comatoso; los narcóticos calman el dolor o producen hábito. Los alucinógenos, como el LSD, quizá ensanchen la conciencia, pero también deforman la mente hasta llevarla a la misma locura.
                Las cualidades contrapuestas de estas drogas del sistema nervioso central nos indican una verdad básica sobre todas las drogas: mal usadas, y a veces bien usadas, pueden convertirse en venenos, que producen reacciones perjudiciales que van desde nauseas hasta la muerte. Hasta las medicinas más benéficas tienen efectos adversos. Hay quien afirma que, en los Estados Unidos, el 5% de los pacientes de los hospitales sufren la reacción de alguna droga o medicina. Lo mejor que podemos decir de cualquier medicina es que sus buenos efectos compensan los malos, en la mayor parte de los enfermos y en la mayoría de las veces.
                Desde los primeros tiempos de su existencia, el hombre ha buscado medicinas que cumplan más funciones con mayor eficacia y seguridad. Esta búsqueda ha tenido lugar en los más extraños sitios: en las selvas sudamericanas, de donde es originario el curare; en los brebajes de los exorcistas y hechiceros especializados en el uso de hierbas, que nos han legado por lo menos veinte medicinas útiles, etc. Sin embargo, para el farmacólogo, el "problema de las drogas" es mucho más amplio que la simple búsqueda de medicinas nuevas y mejores, más amplio aún que los grandes dilemas médicos y sociales que nacen del abuso de ciertas drogas. A nuestro alrededor hay toda clase de sustancias que nos afectan químicamente y que penetran en nuestro organismo: los jabones, enjuagues, desodorantes y depilatorios del baño son drogas; también detergentes limpiadores y abrillantadores de la cocina, pinturas y disolventes con que pintamos nuestras casas. No hay ninguna sustancia en nuestro medio que, en ciertas circunstancias, no obren como droga. Hasta el agua destilada más pura, ingerida en grandes cantidades, puede robarle al organismo tanta sal que produzaca un estado semejante al agotamiento por calor. El exceso de agua, digamos tres o cuatro litros, produce en los niños la muerte por envenenamiento.
                Actualmente, las drogas no medicinales son mucho más numerosas, mucho menos inevitables y, en su mayor parte, mucho menos entendidas que las drogas medicinales. Sin embargo, una mejor comprensión de las drogas en el medio ambiente es tan capital para el hombre como lo es un buen conocimiento de las medicinas. Apenas comenzamos a entender la forma en que nuestro medio y las drogas que contiene pueden darnos la salud o la enfermedad y hacernos vigorosos o débiles. Sin un conocimiento más profundo de las drogas, la civilización corre el gran riesgo de envenenarse a sí misma con su ingente número de desechos industriales y químicos.

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